Caritina Goyanes vivió una existencia que parecía haber sido diseñada con precisión para satisfacer todas sus más profundas aspiraciones. Desde que era muy joven, había anhelado formar una familia que la colmara de amor y felicidad, y esa meta la alcanzó plenamente. La vida familiar que construyó, en la que cada miembro era una pieza clave de su alegría, fue la respuesta a todas sus plegarias. A lo largo de su vida, Caritina se entregó con devoción a su familia, y aun en sus últimos momentos, todo lo que hacía estaba orientado a disfrutar de la vida con ellos, a planificar un futuro lleno de momentos compartidos. Caritina era una mujer que irradiaba entusiasmo, positividad y una energía contagiosa. Cada día se levantaba con el firme propósito de vivir plenamente, sin saber que el destino tenía otros planes.
El pasado lunes, cuando la tragedia se cruzó en su camino, Caritina estaba enfrascada en su habitual dinámica de vida: haciendo planes para disfrutar de su familia. No podía imaginar que la muerte, silenciosa e implacable, la acechaba desde la acera de enfrente, dispuesta a truncar esos planes que había hecho con tanto cariño y dedicación. Pero así fue. De manera absurda e inesperada, la vida de Caritina se extinguió en un instante, dejando a su familia y amigos sumidos en una profunda tristeza y desconcierto.
Tan solo tres horas antes de su fallecimiento, Caritina había estado ocupada en reservar entradas para un concierto de Melendi en el Starlite, uno de los festivales de música más prestigiosos de la Costa del Sol. Este plan musical lo había organizado con la intención de compartirlo con su marido, a quien cariñosamente llamaba "Mato", y sus hijos. Melendi era uno de sus artistas favoritos, y asistir a uno de sus conciertos prometía ser un momento de diversión y alegría para todos. Las canciones de Melendi no solo eran del agrado de Caritina, sino que también las habían aprendido sus hijos, lo que convertía ese concierto en un evento familiar muy especial. Sin embargo, este plan, que Caritina había organizado con tanto esmero, se quedó en una promesa no cumplida, un deseo truncado por la fatalidad.
La noticia de su muerte impactó profundamente a quienes la conocían, especialmente porque había sido tan repentina. La familia Goyanes, de la cual Caritina era una parte fundamental, se vio sumida en un luto inesperado y doloroso. La empresaria había sido enterrada junto a las cenizas de su padre, con quien tenía una conexión muy especial, lo que hizo aún más conmovedor el momento de la despedida. Los días previos a su fallecimiento habían sido difíciles para Caritina, y ella sentía la necesidad de airearse, de escapar un poco de la atmósfera de tristeza que había invadido su hogar desde la muerte de su padre. Por eso, había planeado asistir al concierto de Melendi, buscando un respiro, un momento para desconectar y disfrutar de la música que tanto amaba.
Caritina era una ferviente amante de la música y siempre había creído que esta era una de las expresiones más puras de la vida. Sin música, pensaba, la vida carecía de color y de sentido. Por eso, siempre que podía, organizaba salidas a conciertos, que para ella eran una forma de celebrar la vida en compañía de su familia. Así, el pasado mes de mayo, había llevado a su familia a ver el concierto de Taylor Swift en Madrid, uno de los eventos musicales más destacados del año, con un despliegue de efectos visuales y pirotécnicos que maravillaron especialmente a su hija. Estos momentos compartidos eran, para Caritina, los más valiosos, y dedicaba gran parte de su tiempo a planificar y disfrutar de estas experiencias con sus seres queridos.
Entre sus muchos amigos, Caritina era una figura querida y admirada. Uno de ellos, Hubertus de Hohenlohe, recordaba con gran afecto la generosidad y la bondad que caracterizaban a Caritina. La amistad entre los Goyanes y los Hohenlohe se remontaba a varias generaciones, y ambas familias habían compartido innumerables momentos en Marbella, especialmente durante los años dorados de la ciudad. Hubertus, al recordar a Caritina, destacaba cómo ella había sabido engrandecer el nombre de su familia gracias a su carácter noble y generoso. La empresaria no solo se destacaba por su calidez humana, sino también por su profesionalismo en su trabajo, al que dedicaba gran parte de su energía.
Caritina había sido invitada a un concierto que Hubertus ofreció en el Starlite el pasado 19 de julio, donde el polifacético príncipe presentó sus canciones acompañado por su esposa Simona y Blanca Ares. Sin embargo, Caritina no asistió al evento. La razón fue simple pero profunda: hacía apenas unos días que su padre, Carlos Goyanes, había fallecido, y Caritina no tenía fuerzas para salir y participar en eventos sociales. Su corazón estaba abatido por la pérdida, y necesitaba tiempo para procesar el dolor antes de poder volver a la normalidad. Aun así, Hubertus recordaba con cariño una de las últimas ocasiones en que vio a Caritina, cuando ella se encargó del catering para el funeral de su madre, Ira de Furstenberg, en el palacete donde vivía en Madrid. Para él, Caritina siempre había sido espléndida en su trabajo, mostrando una dedicación y una generosidad que la hacían destacar. A menudo le decía en tono de broma que sus servicios eran demasiado baratos y que debería cobrar más por el nivel de calidad que ofrecía.
La vida de Caritina estaba llena de matices y dimensiones que la hacían única. Una de estas dimensiones era su profunda espiritualidad, que se fortaleció cuando se adentró en el mundo de Emaús, un movimiento espiritual católico que la ayudó a encontrar paz y sosiego en momentos difíciles. A través de Emaús, Caritina se aficionó a grupos de música católica como Hakuna, una banda que se había vuelto popular tanto entre creyentes como no creyentes. La música de Hakuna, que se enfocaba en el pop católico, resonaba profundamente en Caritina, y ella encontraba en sus letras un consuelo y una fortaleza que luego transmitía a su familia. Estos momentos de recogimiento y reflexión espiritual se convirtieron en una parte esencial de su vida, y también los compartía con su marido, con quien, gracias a esta fe renovada, pudo ejercitar el don del perdón y fortalecer su relación.
Caritina vivió una vida rica en experiencias, rodeada de amor y amistad, y siempre buscando lo mejor para su familia. Aunque su partida fue inesperada y dejó un vacío inmenso en aquellos que la amaban, el legado de su vida es uno de amor incondicional, de generosidad y de una alegría de vivir que siempre compartió con quienes la rodeaban. Su historia es un recordatorio de la fragilidad de la vida y de la importancia de vivir cada día con plenitud, valorando cada momento y cada relación. Aunque Caritina ya no esté físicamente presente, su espíritu y sus enseñanzas perduran en su familia y en todos aquellos que tuvieron la suerte de conocerla.